jueves, 4 de agosto de 2011

FRAGILIDAD

Y esa tarde noche, se acercaba despacio, casi demasiado predecible, casi demasiado inminente. Nada podía desalentar lo que venía, nada en absoluto, no eran más de dos o tres las opciones que tenía y las mismas eran absolutamente predecibles, no había nada que pueda alterarlas. Era tan solo una vuelta a casa, desde una ciudad cercana aunque no tan conocida, era tan solo un viaje, una o dos horas intentando en qué ocupar los minutos que restaban hasta llegar a destino. Simple, concreto. Rostros cansados que iban y venían, rostros de personas desconocidas con una o ninguna historia que contar o quizás ninguna intención de compartirlas. Tal vez, nunca lo sabré, nunca intenté en esa ocasión, siquiera intentar merodear en historias ajenas, no tenía en esa ocasión necesidad, estaba así como ensimismada, así como amurallada. Era un tiempo para mi intimidad pública pero encerrada. Ruta, caminos y calles; rostros, abrigos y la noche apenumbrada, esas noches con sabor a nada, con despiadadas intenciones de no ser especiales, ni en lo más mínimo, una noche de esas, de muchas. No podía dormir, no me lo podía permitir, mi destino era intermedio, no podía terminar mi noche en un destino errado. Con esas intenciones bien claras, nada más observar rostros e imaginar y entretejer historias dibujadas en esas miradas, algo hurañas, algo también ensimismadas, rostros como que te dijeran “no me mires, no me indagues, no encontrarás mucho”. Y así quisieron sumarse los minutos a esa espera, y restarse esos minutos al destino. No tengo idea de cuál es la causa, o a decir verdad creo estar absolutamente convencida de cuál es su naturaleza, más no es mi costumbre acostumbrarme a la idea, y más bien, las más de las veces prefiero pasar por alto, ciertas sensaciones, las agarro y las convierto en otra cosa, las transformo, las llevo al baúl de “quedate ahí” no me molestes. Pero no tuve opción, hubo ese instante de dubitación, ese instante de “me negaré a este sentimiento” y ello no pude evitarlo. Tendré que decir que el audio era mucho más que malo, quizás una radio zonal, o algo parecido, había escuchado en el transcurso de ese viaje, típicas canciones de pop comercial, que no habían podido sacarme ni medio tarareo. 


Yo pienso que no son tan inútiles las noches que te dí. 
te marchas y qué, yo no intento discutírtelo,
lo sabes y lo sé.
Al menos quédate sólo esta noche,
prometo no tocarte, está segura, 
tal vez es que me voy sintiendo solo, ” 


                                                      y algo se abrió, y algo me quemó, algo que siempre está latente, pero esa melodía hizo que deje de estarlo, y sinceramente, pero sinceramente, no pude evitar. Y esa frase cursi de “hacerse un nudo en la garganta” se me hizo imposible evitar, fue un nudo inmenso, y empecé a sollozar, pero no era solo eso, era un terrible volumen  de lágrimas que no podía evitar, creo, que tampoco quería, que necesité sentirme así, que era necesario. Y solo lloraba, e imaginaba cantar esa canción que no era más que una canción del montón, una tierna canción que había escuchado hace muchos pero muchos años, y quizás cuando lo hice en sus primeras veces, tuvo alguna relación directa con algún estado “sensible”  o quizás “optimista” de mi vida, razón por la cual, y enfrentada a mi naturaleza actual, combiné y resultó ser una mixtura fatal para mi sensibilidad. Y me permití. Eso hice, me permití como pocas veces lo hago. Me permití sentirme absolutamente sola. Me permití llorarme, me permití sentirme frágil. Ya había pasado mucho recorrido de mi viaje, estaba sola y debía seguir sola hasta mi destino final, debía transitar, caminar entre desconocidos, en horas que no me gustan, con un frío que molestaba, con un cansancio de día ajetreado, y me permití. Me permití sentirme frágil y quebrar y seguir sollozando. Hice solo un intento por reprimirme, no tuve éxito. No volví a intentarlo. Me dejé llorar, me dejé herirme. Me dejé caminar con lágrimas. Me dejé llevar por una carencia. Me dejé sentirme frágil. Y no estoy completamente segura de si hice o no lo correcto, a veces procuro ni siquiera pensar si hay que hacer lo correcto. Y esa noche me encontró así. Sola. Frágil. Triste. Con la inmensa certeza de necesitar a alguien, tal vez de sentir melancolía por la compañía de alguien, pero no de alguien en mis fantasías. No. La carencia era real, lisa y llanamente de alguien que me quiera, que desee en esos momentos arroparme, abrazarme y darme un beso. Eso necesité, las calles me veían caminar a paso rápido y yo lloré. Lloré mucho. Una abatible y dura soledad se apoderó de mi. Y fui realista por un instante y necesité de alguien que no estaba, de alguien que me quiera: nada más. Por un momento no me basté a mi misma. Tuve miedo, me sentí absolutamente frágil, permeable y llena de inseguridad. Tuve miedo y necesité un abrazo. No hubo nadie a quien mirar.  Frágil.
(La Plata-Bs As 23/07/2011)


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